¿Migración o degradación? Editorial | Visión Clave

La escena de una haitiana embarazada escoltada fuera de un hospital público, custodiada por agentes de Migración, ha detonado la pregunta que late en todos los pasillos del país: ¿quién está dictando la política migratoria de la República Dominicana—personal sanitario con formación humanitaria o simples policías con órdenes automáticas?

Porque cuando una mujer en trabajo de parto es arrancada de la camilla y subida a un autobús amarillo, la discusión deja de ser jurídica o presupuestaria: es un espejo moral que refleja, sin piedad, la clase de sociedad que estamos forjando.

La sombra de la Antigua Orden Dominicana

No podemos soslayarlo: detrás de la mano que firma resoluciones aparece la presión fanática de la llamada Antigua Orden Dominicana, un grupo neonazi que se alimenta de la retórica del odio y suspira por un país «puro» que jamás existió. ¿Estamos permitiendo que su agenda racista sustituya el criterio de estadistas comprometidos con los principios más altos de la civilización? Cada operativo contra parturientas extranjeras parece contestar que sí.

Recordemos que el propio Gobierno aprobó un protocolo—decreto en mano—para garantizar atención digna a las extranjeras que acudan a un centro de salud a realizar uno de los actos más sagrados de la especie humana: traer una nueva vida al mundo. Sin embargo, en la práctica, vemos a inspectores migratorios patrullando las salas de espera como si se tratara de un retén en la frontera. El mensaje es inequívoco: el cuerpo de una mujer haitiana vale menos que el sello en su pasaporte.

Una ruta que nos retrocede a 1937

Estos pasos no son aislados; nos desvían hacia una cultura de trato inhumano que evoca la masacre de 1937. Aquella tragedia—ordenada para «depurar» la frontera—sigue siendo una herida abierta en la memoria colectiva. Hoy, en 2025, la diferencia apenas es de método: ya no se empuña el machete, se levanta el formulario de deportación. El resultado es el mismo: dolor, miedo y una reputación internacional que se derrumba.

Lo fácil y lo difícil

Es muy fácil capturar a una mujer haitiana en labor de parto: está en un hospital, vulnerable, a merced del sonido de sus propias contracciones. Lo difícil—lo que realmente exigiría coraje político—es enfrentar a los corruptos de cuello blanco que se pasean impunes tras promesas vacías de «cambio». ¿Cuántos funcionarios han sido condenados? ¿Cuántos expedientes duermen el sueño de la impunidad mientras se despierta a una gestante con la pesadilla de la deportación?

El costo de la deshumanización

Si esta política persiste, la imagen que el mundo tiene de los dominicanos—gente alegre, afable y hospitalaria—mutará en la de una sociedad que perdió el alma. Nos veremos como bestias obedientes al látigo del neonazismo caribeño, incapaces de distinguir entre la defensa legítima de la soberanía y la crueldad gratuita.

¿Cuál República escogemos?

Todavía estamos a tiempo de optar por el camino correcto:

  • Formar equipos mixtos en los hospitales donde el liderazgo lo ostente personal médico, no agentes armados.
  • Blindar el protocolo vigente con supervisión independiente de organizaciones de derechos humanos.
  • Priorizar la persecución del contrabando de documentos falsos y las redes de trata por encima de la intimidación a pacientes vulnerables.
  • Educar a la población—y a los propios funcionarios—sobre los tratados y convenios que obligan al Estado dominicano a brindar atención sanitaria sin discriminación.

Negar asistencia, humillar a la parturienta y exportar el problema en una guagua amarilla no solucionará la presión migratoria ni impondrá orden. Lo único que logrará es convertirnos en cómplices de una tragedia ética con consecuencias impredecibles.

La grandeza de un país no se mide por la severidad de sus deportaciones, sino por la dignidad con que trata a los más frágiles. Trasladar a una mujer embarazada de la camilla al furgón es una confesión de derrota moral. Y si permitimos que esa sea la norma, no podremos indignarnos mañana cuando el mundo nos señale como lo que tememos llegar a ser: un país que cambió la sonrisa acogedora por la mueca fanática.

El futuro aún está abierto. Depende de nosotros—ciudadanos, prensa, legisladores—decidir si seremos una República guiada por los principios universales de la humanidad o un laboratorio de odio al servicio de la Antigua Orden Dominicana. Porque la frontera más decisiva no se dibuja en un mapa, sino en nuestra conciencia colectiva.

Autor

Redacción Vision Clave

Periodismo serio

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